30 junio 2009

Me nació del corazón

Las gotas de lluvia golpeaban el techo de las casas, una mañana de mucho frío que había provocado que los niños no quisieran ir a la escuela, pero que en la mayoría de los casos las madres les recordaron sus responsabilidades como hijos y estudiantes responsables, seguro a algunos de manera menos pacífica que otros.
¿A qué hora piensas levantarte? ¡Irma! Ya tienes media hora de retraso, para el tiempo que te tardas en alistarte grita la madre de Irma golpeando la puerta de su hija.
Mamá, hace frío y hay tormenta replica Irma.
Ya no voy a insistir más, pero no quiero que después me vayan a llamar de la escuela para hablar conmigo de tus faltas, ya no quiero que me hagas pasar mas vergüenzas. ¡Sino vas ya verás lo que te espera!
Irma sabía que su madre era capaz de hacer casi cualquier cosa para impedir que le tildaran de madre irresponsable, pues es como los vecinos y los padres de los compañeros de su hija le llamaban.
El frío y el ruido de la lluvia provocan un efecto de canción de cuna para Irma, quien en su somnolencia le pedía a Dios que detuviera el tiempo para dormir placenteramente y que su madre no siguiera interrumpiendo tal acto angelical.
¡Irma! gritaba la madre y en cada grito parecía que se quedaba sin aire—. ¿No me oíste? ¡Creo que hablé claro!
Luego del último grito de su madre, se levantó de un salto y se metió al baño, saliendo casi inmediatamente de él limpia, con más brillo que el de su sonrisa y en un santiamén, ya estaba en el comedor desayunando junto a su madre, que se había quedado boquiabierta de la extraña rapidez nunca antes vista de su hija.

Irma llegó a la escuela con los pies no muy empapados pero con sus piernas salpicadas de lodo, la lluvia había cedido su intensidad por un momento, en el que aprovechó para salir corriendo, a veces disminuía la velocidad para descansar un poco sosteniendo con fuerzas su paraguas. Al entrar a la escuela sacudió sus ropas y arregló su cabello, iba directo a su aula , ahora sus ojos brillaban más que su sonrisa, la que mostraba cierto grado de nerviosismo, pero esta niña de cabello oscuro y piel clara, íntegramente fulguraba esperanza. Lástima que cuando cruzó la puerta del aula, ésta esperanza desvaneció de golpe.
Hacía dos semanas que había conquistado el corazón de Germán, el niño nuevo, del que se enamoró desde el primer día de clases de ese año. Todos los días ella llegaba a la escuela con mucha emoción para ver a su novio, pero esa mañana fría él no estaba. Luego de la esperanza, llegó la desilusión por todo el esfuerzo hecho, y que al final, hubiese valido la pena quedarse durmiendo y desafiar a su madre.
—Buenos días Irma, pasa hija, no te quedes allí parada. Hoy, debido a la masiva inasistencia, abundan los pupitres dónde sentarse —exhorta el profesor a la desilusionada niña.
—Buenos días, con su permiso —responde ella cruzándose el aula hasta su pupitre.
Irma estuvo toda la mañana sin prestar atención en clases y con un alto grado de histeria. Por lo que una de sus amigas, quiso tomarse la tarea de animarle y apaciguarle el torbellino que se notaba en sus ojos: ella era Karen, una niña altruista, que muchas veces en el pasado había intentado animar a su amiga Irma cada vez que entraba en momentos de histeria, pero solo obtenía resultados infructuosos.

A media mañana, cuando Karen se disponía a hablar con su amiga, verle en el mismo estado le sugería ya no proceder de igual modo esta vez. Justo en ese momento el profesor pasó a su lado y le detuvo instantáneamente.
—Señor Pimentel.
—Hola Karen, en qué puedo servirte —contestó cortésmente.
Karen quería efusivamente ayudar a su amiga y pensó que pedirle orientación a su profesor sería lo ideal. Le explicó detalle a detalle de la situación y después de contarle las tantas veces que había intentado animar a Irma, le dijo:
—He hablado tantas veces con ella... he insistido mucho diciéndole que no debe ponerse así y menos cuando las cosas no valen la pena —explicó compasivamente a su profesor—, es más, considero que nada vale la pena para ponerse tan histérico.
—Entiendo, tienes mucha razón. Lo que has hecho está muy bien; aunque, sabes, ya no puedes seguir insistiendo, afablemente intentaste hacer que reflexionara y lo demás corre por su propia cuenta.
—Pero, yo no quiero verle así —insistió—. Ya me cansé de que siga en lo mismo todo el tiempo.
—Eres muy bondadosa —dijo el profesor sonriendo—, tu actitud es de digna admiración. Voy a hacerte una pregunta: ¿Quién te dijo que ayudaras a tu amiga?
—Nadie lo hizo —contestó, con su rostro figurando extrañeza en la pregunta.
—Muy bien, ¿quién te enseñó o de quién aprendiste a preocuparte por lo demás?
—Mis padres —dijo extrañada por las preguntas y sin saber exactamente qué responder—, supongo. Lo he aprendido de sus consejos.
—Cuando te aconsejaban, ¿te obligaban a actuar de la manera en que te sugerían?
—No —afirmó con plena seguridad.
—Si nadie te ha obligado, ¿por qué insistes en comportarte así con tu amiga? ¿por qué insistes en ayudarle, tratando de que actúe como tú quieres? —continuó preguntando el profesor.
—Porque me nació del corazón. Porque me da mucha tristeza verle mal.
El profesor con una sonrisa paternal, miró los ojos de Karen, en los que se observaba una luz que indicaba que la niña había comenzado a comprender.
—Entonces... es, es ella quien debe sentir la necesidad de mejorar la situación —se aventuró a conjeturar—. Por eso es que ya no puedo hacer más nada. Así como yo recibí orientación y decidí aceptarla, es ella quien debe sentir la necesidad de mejorar su situación —recalcó—. ¿Verdad?
—¡Precisamente!, y no solo le bastará con sentir la necesidad de mejorar la situación: deberá actuar.
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22 junio 2009

El pequeño Mateo

Una hermosa mañana de verano, Adalberto disfrutaba de la playa con su familia. Después de muchos meses de arduo trabajo, la estancia en la playa era más que merecida, estaban muy alegres. Su familia estaba complacida, porque si Adalberto no pudiera salir de paseo, ellos tampoco lo harían. Así que el clima playero era para todos una experiencia gratificante.

A media mañana, a los hijos se les antojó comer helados y le pidieron a su padre. Adalberto con gusto les dijo que los conseguiría, por lo que caminó en busca de ellos. Al llegar al primer rancho donde vendían una variedad de artículos y comida marina, le preguntó a la señora al frente de la tienda:

—¿Vende usted helados?
—Sí.
—Puede vend…
—Pero se terminaron —interrumpió la señora—, acabo de vender el último.
—¡Oh! Pues, ¿sabe dónde puedo conseguirlos?
—Donde doña Victoria.
—Eh… ¿dónde vive ella? —preguntó Adalberto.
—Mejor voy a llamar a uno de mis hijos para que le acompañe —contestó la señora al notar que se encontraba frente a un turista.

Pocos segundos después que la señora gritara el nombre de uno de sus hijos, salió el niño y se dirigió hacia su madre, quien le dio instrucciones de llevar a Adalberto hasta el rancho de doña Victoria. El niño era el hijo menor de la señora, un chaval de unos trece años. Al ver al niño, a Adalberto le pareció un chico muy listo y simpático, notó que vestía una camisa y unos cortos sucios, descalzo.

En el camino se le antojó a Adalberto que podría tener una amena conversación con el peque, por lo que sonriente le miró y le dijo:

—¿Cómo te llamas?
—Mateo.
—¿Cuántos años tienes Mateo?
—Once, ya voy a cumplir doce —respondió el niño rebosante de vivacidad.
—Oh, así que ya has aprendido mucho en la escuela.
—No voy a la escuela —dijo Mateo, convirtiendo el comentario de Adalberto en una interrogación.
—Pero... ¿Por qué no vas a estudiar?
—Mi papá dice que no es necesario, que mejor debo aprender a trabajar. Y mi mamá me lleva todos los días a la iglesia.
—Me imagino que en la iglesia te enseñan muchas cosas, entonces —dijo Adalberto, esperando una respuesta positiva.
—Sí. Allí me enseñaron a leer la biblia.

Adalberto, como padre de dos hijos, se sitió triste de saber que un niño estaba creciendo sin educación. "Que el pequeño Mateo supiera leer no es suficiente", pensaba, mientras era guiado por el niño hasta el lugar donde aguardaban los helados.

—Mi mamá me dice que debo leer mucho la biblia —dijo el niño interrumpiendo los pensamientos de Adalberto— y hacer todo lo que allí diga, porque sino Dios me va a castigar.
—¿En verdad crees que eso es así?
—Es que si no nos portamos bien, nos vamos a ir al infierno —contestó en su inocencia.

En ese momento, Adalberto sintió que una enorme tristeza se apoderó de él. Se preguntaba "¿cómo es posible que una criatura inocente tenga ya este tipo de desinformación?".

—No hijo, Dios no te castiga, Dios siempre te da amor —contestó Adalberto, mirando al chaval con ojos tiernos de compasión.
—Ya llegamos. Aquí vive doña Victoria.

Luego que Adalberto comprara el encargo de sus hijos, partieron de regreso. Ya no sabía qué platicar con Mateo, porque su reciente conversación le había dejado triste. Esta vez, fue Mateo quien rompió el silencio.

—¿Señor, usted le tiene miedo al diablo?
—Por supuesto que no —Adalberto no podía creer lo que acababa de escuchar, no sabía que más añadir—. ¿Por qué me preguntas eso?, ¿acaso tú le tienes miedo?
—Yo si le tengo mucho miedo. A veces, cuando me voy a dormir, me da miedo la oscuridad, siento que él puede llegar.
—No Mateo. Los niños como tú son ángeles que reciben el amor de Dios constantemente, no te deja solo ni un segundo. Por eso no debes sentir miedo, porque siempre hay alguien que te está cuidando, ese es Dios —replicó Adalberto con voz paternal—. Mateo, ya casi llegamos a tu casa y quiero que no olvides que Dios está contigo siempre, ¿entendido?

Mateo se sentía confundido y se limitó a asentar con su cabeza. Llegaron a la casa de Mateo y Adalberto le sonrió, le extendió su mano y la estrecharon, luego agradeció a su madre por la ayuda y regresó al rancho donde estaba su familia. Desde aquél día, Adalberto se ha dedicado a dar a sus hijos, una enseñanza espiritual basada en el amor.
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16 junio 2009

Divina niñez

El resto del mes Quiero SER Libre dedicará sus entradas a los niños. Esos hermosos ángeles que iluminan nuestros hogares, los parques, las escuelas, los centros comerciales y en algunos casos las calles, en los semáforos o en los buses reuniendo un poco de dinero.

La niñez es una etapa en la que aun se está en una íntima relación con el espíritu, una etapa llena de humildad, alegría, sencillez, felicidad, candor, diversión, sinceridad, júbilo y tantas expresiones más, con las que se manifiesta el espíritu en completa armonía.
Ofrezco el siguiente poema a todos los niños del mundo:


Divina niñez.

Delicado, dulce y sereno,
recientemente has venido
desde el núcleo eterno,
dónde siempre has vivido
apacible y tierno.

Eres de color como el añil,
inmerso en el entorno eviterno
y sagrado de tu candidez.
Tu energía ilumina el mundo externo,
enseñas envuelto en sencillez,
a través de la sucesión del amor paterno.

Índigo es tu longitud de onda
y provoca éxtasis a quienes acaricia,
sensación celestial tan honda,
que a todo nuestro ser beneficia.

Aún entre la imperante agonía,
en tus tersas manos está la paz
que el mundo ansía.
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