Dianita fantasea correr por el campo, disfrutar del aire fresco. Saltar entre la hierba y no temer a que el filo de la maleza hiera su tersa piel... Ella hecha a volar su imaginación desde la ventana del apartamento que su madre alquila, en el séptimo piso de uno de los edificios de la periferia de la capital. Cuando sale de su imaginación, nota que la lluvia ha arreciado, es de noche y ve las luces de la capital deseando estar en el campo contemplando las estrellas, después de unos días en la ciudad siente que ha perdido todo su espíritu contemplativo. Ha sido muy difícil para ella entender por qué tuvo que dejar el campo.
—Allá era muy feliz —le replicaba a su madre.
"Yo no quiero estar aquí", se decía a sí misma una y otra vez. Su madre siempre amorosa, la cogía entre sus brazos y le explicaba las dificultades por las que estaban pasando, que también le gustaba el campo, pero que ya no podían estar allí por la situación económica en que habían quedado luego de la separación de su padre, le instaba a que debía hacer nuevas amistades y aprender a aceptar las cosas como son con la misma felicidad con la que le caracterizaba en el campo.
Soñó que corría por el campo, pero de pronto, se apareció el ángel y con su luz se desvaneció el hermoso paisaje natural, apareciendo en su visión, una enorme ciudad en estado nocturno. Rascacielos en vez de montañas, lámparas en vez de estrellas, el ruido de coches en vez de grillos y ranas, anuncios publicitarios en vez de arbustos... La niña a pesar de ver al resplandeciente ángel, sintió frío, tristeza y temor. Sin embargo, el ángel estiró su brazo derecho y puso su mano extendida suavemente sobre la cabeza de la niña, entonces, ella dejó de sentirse insegura.
—Mi nombre es Luz del Equilibrio, estoy aquí porque tú me has llamado.
—Pero... yo no lo hice —contestó la niña.
—Claro que sí, yo estoy encargado de cuidarte y cada vez que tu esencia se sienta inestable por las emociones de tu cuerpo, ella me llama para ayudarte a equilibrar tu mente, cuerpo y alma —afirmó el ángel con un tono de ternura.
En ese momento Dianita y el ángel se sentaron en una banco de la plaza central de la capital. La niña se dispuso a escucharle con atención y olvidó por completo el ruido de la ciudad de tempranas horas de la noche.
—No me gusta estar en la ciudad y mi madre no me puede llevar de regreso al campo —dijo la niña como prólogo a la explicación del ángel.
—Es por eso que estoy aquí, darte otro punto de vista, porque eres una niña muy despierta y necesitas mantener tu mente abierta —contestó Luz del Equilibrio—. Sabes, hay personas que deben vivir en el campo y otras en la ciudad, algunos se desempeñan como agricultores y otros como abogados, para ponerte un ejemplo preciso. Todos y cada uno de ellos son piezas fundamentales para nuestro universo, no importa dónde estén, no importa lo que parezcan ser, lo que importa es la misión importante que cada uno tiene y que no sería lo mismo si estuvieran en distintos lugares. Tú tienes un motivo de estar ahora en la ciudad, debes aprender a disfrutar de ello y actuar según el momento y las condiciones.
La niña escuchaba con firme atención, el ángel estaba ayudando a mantenerla tranquila y que se quedara en ese estado. Entonces, Luz del Equilibrio continuó con una parte muy importante:
—Tú tienes un propósito de estar aquí ahora y no te voy a decir cuál es. No es porque no quiera, sino porque sencillamente no lo sé, ya que ese propósito será formado por ti misma. Así que no creas que todo lo que va a pasar ya está escrito, como lo han creído muchas personas desde hace miles de años, pueden haber ciertos pronósticos, pero cualquier conjetura está sujeta a cambio. Recuerda lo que te enseñé sobre paz y libertad, así mismo busca la felicidad en tu interior, no importa dónde te encuentres, no importa lo que poseas, estar feliz depende de ti misma. Todo tiene un objetivo, encuentra tu misión.
El ángel se levantó y se puso frente a ella susurrando:
—Observa las señales —dicho esto, le besó su frente y desapareció de su vista junto a la ciudad nocturna y se descubrió sentada sobre una piedra en el campo.
A la mañana siguiente, se despertó sonriente, abrió la ventana y le dio mucho gusto contemplar los primeros rayos solares, en la lejanía escuchó cantar a unos pajaritos, lo que hizo aumentar su sonrisa. Corrió hacia la habitación de su madre, pero la sorprendió en la cocina, se lanzó hacia ella son los brazos abiertos, apretándola con mucha fuerza. La madre se sitió feliz de ver a su hija en ese estado anímico y le dijo:
—Te hice unos panqueques y compré el jarabe de arce que tanto te gusta.
—¡Sí, qué rico!
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