Noche fría, el cielo despejado, las estrellas brillan a nuestro ritmo cardíaco, tu blusa entreabierta hace que brillen con más pasión. No sé cómo terminamos tan excitados en este descampado, lo que parecía ser una cena romántica con el tiempo medido, terminó siendo la escena de amor más erótica de mi vida.
Los dos temblamos de frío, pero no nos importa, a penas lo notamos. Los besos se tornan más fuertes, que hasta los dientes son ya partícipes. Las manos no saben dónde más tocar, porque han explorado todos los recovecos de nuestros agitados cuerpos. Incrementa la pasión, no obstante, la ropa quiere frenar toda caricia, y yo quisiera que se rompiera o desapareciera, para poder seguir poseyendo a mi amada.
Cuando por fin, nuestros cuerpos en ropa interior se confunden, pareciendo uno solo que se sacude a la luz de la luna llena, hay una breve pausa de estupor que inmediatamente se convierte en un enredo de deseos y lujuria, el momento en el que nos quitamos nuestra ropa más íntima y ponemos nuestras manos sobre nuestros genitales para cubrirlos, así disimular un poco el frío o la vergüenza. No sé cuál es el límite para la excitación, es que parece que no se detiene y sigue en aumento, sólo pienso en lo mucho que la amo y que lo sucedido hasta hoy, será para consolidar más nuestra relación.
Cuerpos gélidos, la pasión se acrecienta, abrasadora, noche fría, genitales candentes, el glacial capó se ha quedado congelado de soportar nuestros flamantes cuerpos sobre él (espero no estropear el coche de mi abuelo), ¡vaya noche! a simple vista no parece tan ambigua. Los besos comienzan a ser exploradores, quieren imitar a nuestras manos antes de quitarnos la ropa, pero los besos son más atrevidos, no quieren dejar ni una sola parte del cuerpo sin ser conquistada y ésto hace que algunos jadeos comiencen a ser también protagonistas. El vaivén del torrente sanguíneo llena los cuerpos cavernosos, el falo y el clítoris se llaman mutuamente, son atraídos, ya no pueden pasar distanciados ni un segundo más, ya no hay más preámbulo para copular. Se humectan. Y... se emparejan.
Los dos temblamos de frío, pero no nos importa, a penas lo notamos. Los besos se tornan más fuertes, que hasta los dientes son ya partícipes. Las manos no saben dónde más tocar, porque han explorado todos los recovecos de nuestros agitados cuerpos. Incrementa la pasión, no obstante, la ropa quiere frenar toda caricia, y yo quisiera que se rompiera o desapareciera, para poder seguir poseyendo a mi amada.
Cuando por fin, nuestros cuerpos en ropa interior se confunden, pareciendo uno solo que se sacude a la luz de la luna llena, hay una breve pausa de estupor que inmediatamente se convierte en un enredo de deseos y lujuria, el momento en el que nos quitamos nuestra ropa más íntima y ponemos nuestras manos sobre nuestros genitales para cubrirlos, así disimular un poco el frío o la vergüenza. No sé cuál es el límite para la excitación, es que parece que no se detiene y sigue en aumento, sólo pienso en lo mucho que la amo y que lo sucedido hasta hoy, será para consolidar más nuestra relación.
Cuerpos gélidos, la pasión se acrecienta, abrasadora, noche fría, genitales candentes, el glacial capó se ha quedado congelado de soportar nuestros flamantes cuerpos sobre él (espero no estropear el coche de mi abuelo), ¡vaya noche! a simple vista no parece tan ambigua. Los besos comienzan a ser exploradores, quieren imitar a nuestras manos antes de quitarnos la ropa, pero los besos son más atrevidos, no quieren dejar ni una sola parte del cuerpo sin ser conquistada y ésto hace que algunos jadeos comiencen a ser también protagonistas. El vaivén del torrente sanguíneo llena los cuerpos cavernosos, el falo y el clítoris se llaman mutuamente, son atraídos, ya no pueden pasar distanciados ni un segundo más, ya no hay más preámbulo para copular. Se humectan. Y... se emparejan.
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