09 noviembre 2009

Las lecciones del viejo

Se pone el abrigo, toma a su nieto y decide llevarlo al parque. Ese viejo amoroso de pelo albo, sonrisa estática y mirada reflexiva, vestido con una camisa del mismo resplandor de sus cabellos, pantalón de color oscuro y los cómodos zapatos negros que su hijo le regaló. Su mano derecha es sujetada por la inmaculada mano de su nieto, pero éstas pierden el contacto de aquellas viejas manos cuando el niño corre en dirección donde las palomas disfrutan su banquete. El viejo camina hacia un banco, como si quisiera estampar sus pisadas, balanceándose en cada paso. Cuando por fin llega, se acomoda sobre el cemento y su sonrisa se vuelve magnificente al ver a su nieto saltar sobre los adoquines, su mente se sumerge en recuerdos de niñez y adolescencia, el Pequeño Fer, recuerda, como todos le llamaban. Por un instante siente el deseo de regresar varias décadas atrás pero, es imposible, se dice para sí, después de todo no me gustaría cambiar nada, pues cada uno de mis errores, fueron en realidad lecciones aprendidas que moldearon mi identidad, hasta convertirme en lo que ahora soy. Mira los adoquines sobre los que su nieto saltaba y siente el rígido cemento bajo su trasero, mira cómo los recuerdos acuden a su mente y siente un aroma a nostalgia, mira y siente la añoranza.

Recuerdo muchas travesuras que hice cuando era un chaval, continuó con su memoria, las bromas que les gasté a mis amigos y cada uno de los castigos que recibí por ellas; también recuerdo las veces que le grité a mi madre, el día que le quité la peluca al director, cuando les amarraba las cintas de los zapatos a mis compañeros mientras escribían, cuando le puse sal al café del tío Tony y las chicas con las que anduve sin que en realidad me gustaran y las engañaba con chicas mucho más bonitas. Pero no, meditó, nada que pueda recordar se compara con haber defraudado a mi Gloria, bueno, en realidad no llegué a consumar y de haber sucedido me hubiese defraudado a mí mismo, rectificó y continuó, cuánta alegría siento haber aprendido muchas lecciones en mi vida, es por ello que no me arrepiento de mis fallas, porque dejaron energía renovadora. Así, si a mi edad tengo que pasar por momentos en que me termine equivocando, sé perfectamente que de todos los problemas, los errores y fracasos puedo aprender, continuó muy inspirado, he sabido escuchar una voz, aquella sabia voz me ha ayudado a comprender mejor el hilo de mis dudas y decepciones, lentamente el viejo comenzó a abrir más y más sus ojos pardos, la voz de mi interior me ha advertido cuando no estaba haciendo lo que debería hacer para obtener resultados exitosos, su corazón comenzó a palpitar como una locomotora, ¿¡qué he estado haciendo entonces!?, si en casi todos los casos he estado consciente de mis actos y aun así me he dejado llevar por mi... ¡bendito ego, caprichoso! me envenenas y me haces dañar a la gente que amo... ¿por qué sigo escuchándote? cerraré tu bullicio con la delicada voz del interior que me ayuda, me advierte, el viejo tenía una sonrisa tonta y la mirada fijamente hacia donde había estado su nieto saltando, ¡eso!, ¡eso es!, no tengo por qué dejar entrar los caprichos, no tengo por qué permitirme dañar a alguien para sacar una lección provechosa, si de hay lecciones de sucesos, tienen que haberlas de prevenciones, es decir, ¡puedo aprender mis lecciones aun cuando he evitado los fracasos!, ¡por supuesto!, es que he programado mi vida para aprender después y no antes...

—Disculpe señor.
El viejo muy sumido en su fascinación, no atendió al llamado de una bella dama.
—Señor. Disculpe —insistió.
—¿Eh?, ¿sí? —contestó entre la confusión de regresar su atención al parque.
—¿No es ese su nieto? —dijo la mujer, señalando la fuente—, lleva ratos allí empapado, asustando y arrojándole agua a la gente que pasa distraída.

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