La vida es cambio, pero los seres humanos tendemos a aferrarnos a lo cómodo y conocido, y también a resistirnos a las dificultades e inconveniencias. Hay variedad de razones para no asumir cambios:
Miedo. Estamos biológicamente programados para temer lo desconocido y los riesgos. Por eso muchos queremos trabajos de oficina de 9 a 5 mientras soñamos algo mejor. Quizá por eso muchos se casan o permanecen casados. Buscamos sentirnos más seguros. Tomar riesgos implica incertidumbre. Mejor quedarse con algo conocido que arriesgarse al fracaso, al desengaño o al bochorno público.
Deseos de encajar. Todos necesitamos ser parte de algo mas amplio. Nos amoldamos a los modelos de belleza, de estatus, de diversión de nuestros grupos sociales. Tememos ser rechazados o marginados. Queremos gustar a otros, y muchas veces el camino más fácil es seguir al rebaño -no ser innovador ni iconoclasta.
Pereza. Confieso que aquí tengo un punto débil. Hace un tiempo me regalaron un cepillo eléctrico, y me llevó un par de meses hasta que lo incorporé en mi rutina dejando el otro cepillo. Y cuando se requiere esfuerzo prolongado, más difícil es cambiar hábitos. Mucha gente se apunta al gimnasio o clases de inglés, y con el tiempo lo van dejando.
Costes de transición. Esto se solapa con la pereza, pues muchas veces el coste de cambiar, hace que no merezca la pena, aunque sea para mejor. Uno tiende a renunciar a un nuevo trabajo mejor pagado y más agradable, si no se pueden asumir los inconvenientes asociados con mudarse a otra parte del mundo con toda la familia. O podemos desanimar a un familiar que quiera cambiar de profesión por los mismos motivos.
Complacencia. No es lo mismo que la pereza. Se relaciona con el orgullo, es una satisfacción no cuestionada con uno mismo y los propios logros. Muchos, una vez alcanzada cierta edad, nos jactamos de lo conseguido hasta el momento y no queremos ir más allá, saliendo de nuestras zonas de confort. Personas que han invertido tiempo y dinero en su educación y han conseguido cierto estatus y prestigio en su carrera, se resistirán a dejar su situación, aunque ya no les llene.
Costes ocultos. Es un concepto de economía. Cuando se hacen planes y se ponen en práctica, se incurre en gastos. Tendemos a tener en cuenta estos costes ocultos para tomar decisiones futuras, incluso cuando no deberíamos. Si pago 10 euros por una entrada de cine, tenderé a ver la película incluso si surge un modo mejor de pasar la tarde, pues no quiero desperdiciar los 10 euros. Esto es irracional porque los 10 euros ya han sido gastados y uno debería hacer lo que crea mejor o más útil.
Nostalgia. El pasado se suele considerar mejor. Anhelamos tiempos en que eramos jóvenes y teníamos experiencias nuevas e intensas. Las investigaciones muestran que la mayor parte de las personas prefiere seguir escuchando la música que era más popular en su adolescencia. En general queremos que sigan las cosas de modo parecido, o al menos que no cambien demasiado.
Para crecer necesitamos conocernos, aprender a descubrir nuestras necesidades más auténticas y profundas, y en base a ello crear una motivación adecuada para ampliar nuestra zona de confort.
Miedo. Estamos biológicamente programados para temer lo desconocido y los riesgos. Por eso muchos queremos trabajos de oficina de 9 a 5 mientras soñamos algo mejor. Quizá por eso muchos se casan o permanecen casados. Buscamos sentirnos más seguros. Tomar riesgos implica incertidumbre. Mejor quedarse con algo conocido que arriesgarse al fracaso, al desengaño o al bochorno público.
Deseos de encajar. Todos necesitamos ser parte de algo mas amplio. Nos amoldamos a los modelos de belleza, de estatus, de diversión de nuestros grupos sociales. Tememos ser rechazados o marginados. Queremos gustar a otros, y muchas veces el camino más fácil es seguir al rebaño -no ser innovador ni iconoclasta.
Pereza. Confieso que aquí tengo un punto débil. Hace un tiempo me regalaron un cepillo eléctrico, y me llevó un par de meses hasta que lo incorporé en mi rutina dejando el otro cepillo. Y cuando se requiere esfuerzo prolongado, más difícil es cambiar hábitos. Mucha gente se apunta al gimnasio o clases de inglés, y con el tiempo lo van dejando.
Costes de transición. Esto se solapa con la pereza, pues muchas veces el coste de cambiar, hace que no merezca la pena, aunque sea para mejor. Uno tiende a renunciar a un nuevo trabajo mejor pagado y más agradable, si no se pueden asumir los inconvenientes asociados con mudarse a otra parte del mundo con toda la familia. O podemos desanimar a un familiar que quiera cambiar de profesión por los mismos motivos.
Complacencia. No es lo mismo que la pereza. Se relaciona con el orgullo, es una satisfacción no cuestionada con uno mismo y los propios logros. Muchos, una vez alcanzada cierta edad, nos jactamos de lo conseguido hasta el momento y no queremos ir más allá, saliendo de nuestras zonas de confort. Personas que han invertido tiempo y dinero en su educación y han conseguido cierto estatus y prestigio en su carrera, se resistirán a dejar su situación, aunque ya no les llene.
Costes ocultos. Es un concepto de economía. Cuando se hacen planes y se ponen en práctica, se incurre en gastos. Tendemos a tener en cuenta estos costes ocultos para tomar decisiones futuras, incluso cuando no deberíamos. Si pago 10 euros por una entrada de cine, tenderé a ver la película incluso si surge un modo mejor de pasar la tarde, pues no quiero desperdiciar los 10 euros. Esto es irracional porque los 10 euros ya han sido gastados y uno debería hacer lo que crea mejor o más útil.
Nostalgia. El pasado se suele considerar mejor. Anhelamos tiempos en que eramos jóvenes y teníamos experiencias nuevas e intensas. Las investigaciones muestran que la mayor parte de las personas prefiere seguir escuchando la música que era más popular en su adolescencia. En general queremos que sigan las cosas de modo parecido, o al menos que no cambien demasiado.
Para crecer necesitamos conocernos, aprender a descubrir nuestras necesidades más auténticas y profundas, y en base a ello crear una motivación adecuada para ampliar nuestra zona de confort.
Autor: Agustín Prieta
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