26 febrero 2009

Polvo eres y en polvo te convertirás

Sé que muchos han escuchado esta frase, y los católicos la escuchan al menos una vez al año, un día miércoles, al que le llaman de ceniza; efectúan un rito en donde el sacerdote dibuja una cruz con cenizas a cada uno sobre su frente y le dice: "Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás". Es una frase tomada del libro del Génesis de la Biblia y que también se recalca en Eclesiastés 3:20.

"... pues polvo eres y al polvo volverás". Génesis 3:19.
Una frase similar a la de la biblia la podemos encontrar en el Corán:
"Hemos creado al hombre de arcilla fina". Corán 23:12
Los yoguis hindúes cubren de ceniza sus cuerpos representando su renuncia al mundo físico. Y en la misma cultura hindú podemos notar que la piel del dios Shivá es de color azul grisáceo, representando cenizas, en símbolo del ciclo de vida y muerte. Ejemplos como éstos, los hay alrededor del mundo.

Sin entrar en mayor debate, quiero comentar lo importante que esta frase puede ser para nuestra conciencia. La ceniza en todo ritual religioso, es símbolo de la muerte, es un recordatorio de que nuestro cuerpo es mortal, pero no es necesario que hagamos rito alguno si hemos aprendido todo el tiempo a estar conscientes de quiénes somos y no solo recordarlo una vez al año.

Es necesario recordar a cada instante que nuestro cuerpo físico es mortal y que no debemos estar aferrados a él, pero ésto no significa que no debemos preocuparnos por nuestra salud, por ejemplo; pues es importante cuidarnos para poder desempeñar nuestra misión planetaria. Así que, sin menospreciar al texto bíblico (pues es mera mitología), le doy a la frase del Génesis un sentido más metafísico argumentando y concluyendo en lo siguiente:
Debo recordar que mi cuerpo está hecho de átomos, que mi cuerpo al morir se descompondrá mediante procesos químicos. Y debo recordar que yo no soy mi cuerpo, que soy un ser enteramente divino. Por tanto, mi cuerpo morirá, más no mi espíritu.
Os dejo un lindo poema de Henry Wadsworth Longfellow.

Salmo de la vida

No me digas lamentándote,
¡la vida no es más que un sueño vano!
Puesto que muerta está el alma que dormita
y las cosas no son lo que parecen.
¡La vida es real! ¡La vida es grave!
y la tumba no es su meta.
Polvo eres y en polvo te convertirás,
no se refería al alma.
Ni el goce, ni el pesar
son a la postre nuestro destino;
es actuar para que cada amanecer
nos lleve más lejos que hoy.
El tiempo es breve y el arte es largo
y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos,
todavía, al igual que tambores sordos,
tocan marchas fúnebres hacia la sepultura.
En el extenso campo de batalla de este mundo,
en el campamento de la vida,
¡no seas como buey mudo aguijado!
¡ sino héroe en el conflicto!
¡Desconfía del futuro por agradable que sea!
Deja que el pasado muerto entierre a sus muertos.
¡Actúa, actúa en el vivo presente
el corazón firme y Dios guiándote!
Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan
que podemos sublimar las nuestras,
y al partir tras de sí dejan
sus huellas en las arenas del tiempo.
Huellas por las que quizás otro que navegue
por el solemne océano de la vida,
un hermano náufrago desolado,
al verlas, vuelva a recobrar la esperanza.
En pie y manos a la obra,
con ánimo para afrontar cualquier destino.
Logrando y persistiendo,
aprendiendo así a trabajar y a esperar.

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